Desde que el ser humano camina por este planeta ha intervenido la naturaleza y el medio ambiente. Hasta hace relativamente poco esta intervención, y la huella ecológica que dejaba, era sostenible y equilibrada, sin embargo, en las últimas décadas, los daños y la amplitud de esta huella han crecido hasta límites insostenibles e insoportables. Además, a raíz de la Revolución Industrial y del florecimiento del materialismo cultural, hemos perdido lo más importante: el respeto por la Tierra en que vivimos, el vínculo profundo con la naturaleza. Así, nos hemos ido alejando más y más de la naturaleza, hasta llegar a pensar que la naturaleza está ahí afuera y que nosotros somos aparte de la ella. De ese modo, nuestra agresión se ha ido tornando más sistemática y más violenta, llevándonos a relacionarnos con ella en términos de dominación y explotación, bajo el lema de “conquistar la naturaleza”.
El ser humano ha olvidado de que es Uno con la totalidad de la Vida, y, al olvidarse, se ha situado a sí mismo por encima, tratando a la naturaleza, en muchos casos, de manera despiadada y grotesca.
Para el materialismo cultural (el paradigma que mata al espíritu, asimismo ligado a un soberbio antropocentrismo) los demás seres vivos tienen sentido en tanto que puedan “servirnos”; la naturaleza tiene valor y sentido en la misma medida que puede ser explotada en nuestro propio beneficio. Nos hemos acostumbrado a ver la naturaleza como algo a nuestra entera disposición, como un almacén del que extraer recursos y materias primas, y también como un vertedero en el que arrojar nuestros residuos. En resumidas cuentas, podría afirmarse que nuestra relación con la naturaleza se ha establecido en términos de “negocio y rentabilidad”, dejando fuera de la misma cualquier rastro de amor o sensibilidad. (En verdad, esta actitud utilitarista y depredadora no solo se aplica a la naturaleza -a los demás seres vivos-, sino a los propios seres humanos que, obviamente, son parte de ella). Sin embargo, sabemos que estamos llegando a un punto crucial; sea como sea, los daños a nuestro planeta, a nuestra biosfera, a nuestra humanidad, nos demuestran que no podemos seguir manteniendo por mucho tiempo esta actitud literalmente “demencial”.
Cuando el último árbol sea derribado, cuando el último río sea envenenado, cuando el último pez sea capturado, solamente entonces nos daremos cuenta de que no se puede comer dinero.
[Cacique Piel Roja de Seattle]
El estado de la biosfera revela nuestro egoísmo y nuestra profunda ceguera; la contaminación y el envenenamiento del agua, del aire y de la tierra, la deforestación y la extinción de especies, la explotación despiadada del suelo, los océanos, los bosques y las selvas… Toda esta agresión al medio ambiente procede de profundas sombras arraigadas en nuestra mente colectiva, y también reflejan un estado de auto agresión permanente a nuestra propia vida (algo que forme parte de un Todo, no puede dañar a otra parte de ese Todo sin dañarse a sí mismo).
La idea de controlar la naturaleza deriva de la falta de paz. El sentimiento de propiedad nos lleva a dañar la Tierra. No tenemos propiedad sobre ella, sino relación con ella: somos un microcosmos dentro de un macrocosmos.
[Satish Kumar]No podemos seguir apoyándonos en el poder como dominio y en la voracidad irresponsable de la naturaleza y las personas. No podemos seguir pretendiendo estar por encima de los demás seres, sino al lado de ellos y a su favor: el desarrollo y la supervivencia de la comunidad humana, o es con la naturaleza, o no será.
[Leonardo Boff]
El ser humano necesita urgentemente reparar los abusos cometidos y redimir esta relación injusta y humillante con la naturaleza. Necesitamos reinventar una nueva civilización, dejando de lado la actitud soberbia y depredadora en favor de una nueva consciencia; desde aquí, conocer la naturaleza no será un medio para conquistarla y dominarla, sino para crecer y realizarnos en ella.
Si la inconsciencia y la ignorancia han causado el daño, únicamente un nuevo conocimiento y una nueva consciencia puede redimirlo y repararlo. Si la raíz del problema ha sido vivir constreñidos a este materialismo y a este raquítico egoísmo, la solución es rescatar al espíritu y ampliar nuestro sentido de identidad; esto es, volver al seno de la Vida en su totalidad.
En definitiva, necesitamos desarrollar una nueva actitud con la Tierra, de benevolencia y mutua pertenencia; sí, lo que más necesitamos, es un profundo cambio de paradigma y de consciencia.
La vida como un valor en sí mismo.
Vuestros hijos han de saber, como saben los nuestros, que la tierra es la madre de todos. Que todas las agresiones que sufre la tierra, inevitablemente las sufrirán sus hijos: cuando los seres humanos escupimos a la tierra, nos estamos escupiendo a nosotros mismos.
Una cosa sabemos: que la tierra no nos pertenece, somos nosotros quienes pertenecemos a la tierra. El ser humano no ha tejido la trama de la vida, es sólo un hilo de ella. Está tentando la desgracia si osa romper esa trama.
El dolor de la tierra se convierte necesariamente en el dolor de sus hijos. Lo sabemos. Todo está entrelazado, como la sangre de una misma familia.
[Carta de un Jefe indio al presidente de EEUU]
Más allá de nuestras ideas y sistemas de creencias, la vida, y todas sus criaturas, rebosan en sí mismas de valor, sentido y significado. En la naturaleza de la vida, nada existe de manera independiente y aislada, todo está interrelacionado e interconectado, como diría Thich Nhat Hanh, todo inter-es con todo lo creado.
Cuando se reconoce la realidad de un inter-ser cósmico, la ecología se convierte en una forma de respeto y veneración por todo lo viviente; todo lo que vive forma parte de nosotros mismos, todo es una manifestación de este vasto Amor Inteligente.
Para crear una nueva situación de amor y equilibrio en este planeta necesitamos recuperar nuestra consciencia de pertenencia al Espíritu y la Naturaleza, necesitamos recordar nuestro lugar de comunión con toda esta existencia. Necesitamos devolverle el alma a nuestro planeta, a esta maravillosa naturaleza.
Necesitamos consciencia, necesitamos conocimiento, y necesitamos tecnología. Sí, necesitamos respeto, empatía y el reconocimiento de nuestra identidad con la totalidad de la vida, pero también poner en marcha todas nuestras potencialidades, nuestra tecnología y habilidades creativas al servicio de la vida.
ECOLOGÍA PROFUNDA
Cuando escuchamos “ecologismo” solemos pensar en “movimientos verdes”, en campañas para evitar la desforestación de las selvas, para denunciar el vertido de residuos nucleares, para salvar a los osos polares, etc. Sin embargo, una ecología profunda implica algo más que llevar a cabo ciertas acciones para “salvar” el planeta.
La ecología profunda es una visión que va más allá de la ecología convencional. Aspira a una transformación más profunda que la de meramente reducir las emisiones tóxicas o preservar espacios naturales (sin que esto sea desdeñable). Esta ecología profunda nos invita a volver a ser Uno con todo lo viviente, y, desde ahí, ser naturalmente responsables y coherentes.
En realidad, el ecologismo actual forma parte del mismo paradigma materialista precedente, esto es, más de lo mismo, pero en verde. Es triste decirlo, pero hoy en día este activismo ecologista es dirigido y financiado por las mismas élites corporativas que, previamente, han explotado y destruido la naturaleza. Las mismas organizaciones depredadoras, las mismas estructuras de la vieja consciencia… Y por supuesto las mismas trampas (las mismas manzanas envenenadas) para explotar todo esto en su provecho y generar en los seres humanos más culpa y más vergüenza.
[Según mi criterio, este nuevo ecologismo promovido desde el “oficialismo” es meramente una nueva ingeniería de control y explotación, aprovechándose en este caso, de nuestra necesidad de transformación, expansión y comunión. Así que, como reza el dicho: Atención, Atención, Atención.]
Lo que precisa este planeta -y esta humanidad- no es una mera reforma ecologista que nos siga manteniendo en el mismo paradigma materialista, pero en “verde”; no es una cuestión de “color”, sino de consciencia y corazón.
El verdadero activismo es espiritual, es consciencial. Se trata de despertar a un sentido de la vida más profundo y espiritual.
Hasta que no realicemos esta nueva consciencia, únicamente podremos parchear en verde algunos hábitos y costumbres de la vieja consciencia. Hasta que no sepamos quiénes somos realmente, hasta que no reconozcamos este vínculo profundo con la totalidad de la existencia, tan solo repetiremos con un color diferente.
Ante todo, es necesaria una transformación en la consciencia… Sin embargo, por el camino, hacernos responsables de nuestros pequeños actos cotidianos es una buena oportunidad para comenzar a transformar nuestra realidad; los pequeños gestos cotidianos son los que ponen en marcha una transformación global.
Compórtate de tal manera que los efectos de tus acciones sean compatibles con la permanencia de la naturaleza y de la vida humana sobre la Tierra.
[Hans Jonas]
En este sentido, lo primero es cuestionar honestamente nuestro actual “estilo de vida”. Cada día realizamos actividades que conllevan el uso de recursos y energía (todo lo que hacemos deja una huella ecológica). Ver la vida bajo el prisma de la ecología profunda significa realizar cada una de estas actividades con profundo respeto y sensibilidad, de forma que, cubrir nuestras necesidades, minimice en todo lo posible el daño a otros seres y nuestro impacto medioambiental.
Sí, sabemos que en el mundo en que vivimos a veces es difícil comportarse con plena coherencia y responsabilidad, las propias estructuras del sistema son en sí mismas una gran dificultad (cuando tratamos de poner consciencia y seguir el rastro del impacto en lo que consumimos y usamos, la propia estructura de control también trata de ocultarlo). Contamos con esto, y, aun así, hacemos lo que podemos; desde la atención y el cuidado podemos tratar de minimizar nuestro impacto, con responsabilidad, pero sin obsesión… Sin culpa, pero tratando de poner en todo lo que hacemos nuestra sensibilidad y nuestro amor.
En realidad, cada ser vivo deja en el mundo su huella ecológica, es algo inevitable, y necesario, en el desarrollo de los ecosistemas. Lo que cuenta es la medida de esa huella. Teniendo esto cuenta, se pueden señalar algunos aspectos generales donde poner sensibilidad y consciencia:
- Conocer -investigar- el impacto y la huella ecológica de todos los productos que usamos y consumimos. Alimentos, ropa, vivienda, objetos de ocio, energía, tecnología, etc.
- Renunciar a todos aquellos productos que se elaboren en condiciones medioambientales dañinas y de sufrimiento humano o animal.
- Minimizar (sin perder un bienestar básico y natural) el consumo de recursos y energía.
- No se trata de no consumir, sino de consumir en la “justa medida”.
- Pasar de lo desechable a lo reutilizable. Abandonar la filosofía del “usar y tirar” (con la que se derrochan y destruyen recursos de manera tan irresponsable como irracional).
- Revisar nuestra tendencia a comprar lo más barato, sin tener en cuenta que hay otro tipo de precio oculto que estamos pagando: la devastación medioambiental y la utilización de mano de obra “barata” (o esclava) en algún lugar perdido del planeta.
- Desarrollar pautas de vida más dignas y sencillas, aprovechando las ventajas de la tecnología, pero sin ser absorbidos por ella.
- Acceder frecuentemente a espacios naturales donde poder recrearnos y vivir de manera más directa nuestra comunión con la naturaleza.
Toni Consuegra
Instructor de Meditación y Terapeuta Transpersonal
Fundador de Ananda Desarrollo Integral
www.anandaintegral.com
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