Como sabemos, el dinero es un aspecto fundamental en nuestra vida humana, nuestra vida práctica y nuestra vida social. Sin embargo, en muchos casos, el dinero sigue envuelto en sombra y en dificultad.
Para muchas personas, la misma palabra “dinero” es sospechosa, les genera cierto rechazo e incomodidad. Incluso en el ámbito de la consciencia y la espiritualidad se prefiere hablar de abundancia, de prosperidad, de flujo de energía, etc., antes que de dinero. ¿Por qué es tan complicada esta relación con el dinero si es algo tan elemental? ¿Cuál es el problema? ¿Por qué para muchas personas “espirituales” es tan difícil integrar dinero y consciencia con naturalidad? Seguramente, el problema esté en nuestras creencias, y en la sombra que, efectivamente, parece impregnar esta realidad.
Para abordar este tema, lo primero es comenzar por una premisa fundamental: el dinero es “inocente”.
El dinero -como todo- es una forma de energía; una energía de intercambio para compensar las transacciones humanas en su desarrollo como sociedad.
El dinero es energía, y toda energía es una forma de manifestarse la consciencia. El dinero es un recurso necesario para una determinada estructura de consciencia y su correspondiente estructura social, como lo es la humanidad actual.
El dinero es solo un medio para intercambiar bienes, dones y servicios, para poner un valor a lo que damos y a lo que recibimos, y que esto pueda realizarse sin perder el equilibrio.
Entonces ¿cuál es el problema? En realidad, no es un problema de dinero, sino de inconsciencia; es un problema de desequilibrio, de miedo y ambición; el dinero no es bueno ni malo, el problema es nuestra proyección.
Siempre se ha dicho que el poder corrompe, que el dinero corrompe… Pero el dinero no corrompe, únicamente revela la corrupción que ya existe en nuestro interior.
El dinero es algo así como la “sangre social”, y, para que este organismo social pueda vivir próspera y saludablemente, la sangre debe fluir por todas las células. Cuando aparecen los coágulos, el flujo se interrumpe, se bloquea, y entonces surgen los problemas… ¿Qué son estos coágulos? Como se ha señalado, los coágulos surgen de la inconsciencia, que puede manifestarse como ambición y acumulación extrema, como usura, como codicia o como deuda, como explotación o como miseria, en definitiva, como un sistema monetario y financiero constituido sobre el fraude y la esclavitud moderna.
Por otra parte, la aparición del dinero virtual ha favorecido que perdamos la consciencia de un hecho crucial: cada vez que manejamos dinero nos estamos relacionando (intercambiando) con los demás; la pérdida de este contacto humano ha favorecido, si cabe todavía más, este desequilibrio y esta inconsciencia de manera general; ya solo se intercambian “productos”, sin ninguna consciencia del ser humano y los recursos que los han producido, y este es el caldo de cultivo para el “comercio deshumanizado”.
De esta manera, llegamos a dar por hecho de que la economía es un asunto de “negocio y beneficio”, olvidando que es un proceso de relación e intercambio humano, donde establecemos vínculos con las personas con las que convivimos y con el entorno en el que nos desarrollamos. De este modo, acudimos al “mercado” con la una única intención de adquirir lo más “barato” posible, es decir, mirando exclusivamente por nuestro interés, olvidando todo lo que hay detrás (el ingenio, la dedicación, el esfuerzo y el trabajo) de los productos que compramos.
Hemos olvidado entregar nuestro amor a lo que hacemos, a lo que ofrecemos y a lo que recibimos. Vivimos sometidos por el miedo a perder nuestro dinero, por el miedo a la pobreza… Y con ese miedo sobre nuestras espaldas, somos capaces de pisar a otros para mantenernos a flote en un barco que va a la deriva.
Aunque viviéramos en una sociedad de trueque, si seguimos pensando que lo primero es nuestro interés, y lo que recibimos “a cambio de”, en lugar de pensar en lo que podemos aportar y en cómo nuestros actos podrían mejorar la convivencia con los otros, el problema persistirá, con dinero o sin dinero.
[Joan Melé]
En definitiva, la cuestión no es tanto el dinero en sí mismo, sino la consciencia que lo maneja; si el problema es que el dinero es manejado por el ego (miedo y ambición) parece que la única salida -como no podía ser de otra forma- está en nuestro interior.
La crisis económica es una crisis de consciencia. Sabemos que la ley básica del equilibrio nos marca siempre un buen camino; en este caso, el equilibrio entre el buen dar y el buen recibir, parece el camino más evidente y más sencillo. Toda crisis nos señala que es momento de crecer, y restablecer un nuevo equilibrio.
NUESTRAS CREENCIAS SOBRE EL DINERO
Cada uno de nosotros carga energéticamente cada “moneda” que circula por su vida. Esta energía del dinero es impregnada por nuestras creencias, emociones y estados de consciencia, y con esa “impronta” sigue su curso en el mundo, y se relaciona con otras personas y otras formas de existencia.
Es importante explorar las fuerzas inconscientes que condicionan nuestra relación con el dinero, y darnos cuenta de cómo lo manejamos. La mayoría de las personas mantienen una relación conflictiva, generalmente, inducida por una serie de programaciones y creencias. Estas creencias, efectivamente, están determinadas por este contexto de sombra e inconsciencia. Veamos algunas de éstas:
A raíz esta sombra que envuelve al dinero (ambición o acumulación extrema, usura, codicia o deuda, explotación o miseria), surge casi naturalmente la creencia de que “el dinero es algo sucio”. “El dinero es responsable de esta desolación en el mundo”, “la riqueza se basa siempre en la injusticia”, “el dinero corrompe”, “el dinero hay que eliminarlo”, “el dinero es malo”, etc. Por eso, consciente o inconscientemente, intentamos evitar el dinero, aunque sigamos usándolo y necesitándolo; por mucho que intentemos evitar el dinero, seguimos “atados” a él (el que lo evita está tan atado como el que lo busca de manera insaciable).
Si de fondo subyace la creencia de que el dinero es algo “sucio”, “sospechoso” o “peligroso”, es normal que nos relacionemos con él con rechazo e incomodidad. Así como también es normal que, por mucho que lo busquemos activamente, nunca llegue a nuestra vida demasiado dinero, ni abundancia y ni prosperidad.
Hilando con el punto anterior, muchas corrientes religiosas han inoculado en el inconsciente colectivo la idea de que “el dinero y la riqueza alejan de la espiritualidad” (en muchos casos, en forma de parábolas que han sido interpretadas no de manera simbólica, sino literal), alentando, en lo profundo, el “valor” de la pobreza en nuestra experiencia vital y espiritual.
Para muchas personas “espirituales” lo ideal sería ofrecer gratuitamente sus servicios, pero finalmente tienen facturas que pagar, por lo que poner un precio y cobrarlos les supone una gran dificultad. Se centran en dar, pero olvidan la ley de equilibrio, y tal vez la ley de la humildad… Olvidan que, como dice un proverbio africano “la mano del que da, está más arriba que la mano que recibe”.
En el otro polo estaría la creencia de que “el dinero es lo más importante”. Es lo que algunos modelos denominan el “dinero rojo”. Es el dinero que manejan las personas que buscan activa y abiertamente “hacer dinero”. Hablan de dinero abiertamente, de generar, de invertir, de producir, de adquirir, de ganar, de acumular… El problema de este juego es cuando el dinero se convierte en un fin en sí mismo, en una obsesión, o en una perversión. Si “el dinero es lo más importante”, ¿qué otra consideración puede ser relevante sino mi exclusivo interés de adquirir más y más? Aunque estas personas puedan generar impulso y desarrollo económico, con frecuencia acaparan y tienen una actitud agresiva en la que “todo vale” para ganar dinero.
Otra creencia de calado es la de que “cuando uno gana, otros pierden”. Se trata de un paradigma en el que ganar dinero se realiza a costa de los demás (muy ligado a la creencia de que “el dinero es algo sucio”). De ese modo, cualquier persona de corazón experimentará naturalmente resistencia a ganar dinero, e igualmente se alejará sin darse cuenta de la prosperidad. ¿Cómo va a llegar a mi vida dinero y prosperidad, si creo que es a costa de perjudicar a los demás? (Ciertamente, en muchas ocasiones, tras las grandes fortunas hay un pasado de explotación y de saqueo, pero, como hemos visto, esto no tiene que ver con el dinero en sí mismo, sino con una inconsciencia elemental.)
Esta creencia liga directamente con la creencia en la escasez. Esta consciencia de escasez es un pilar del viejo paradigma, y lo único que puede neutralizar y trascender este paradigma es una nueva consciencia de abundancia.
El nuevo paradigma cambia la fórmula de “ganar-perder” por “ganar-ganar”; cuando yo gano, todos ganamos, cuando yo sumo, todos suman.
Efectivamente, es muy distinto pagar sabiendo que todo el dinero que sale de mi bolsillo está beneficiando a alguien, que pagar pensando que mi bolsa se está vaciando (¡y que además cuesta tanto llenarla!). Es muy distinto pagar pensado en términos de lo que estoy perdiendo, a pensar en lo que están ganando los demás. Es muy distinto pagar con resistencia a soltar el dinero, o pagar con gratitud por lo que estamos recibiendo, y gratitud por la prosperidad general.
En el nuevo paradigma, la energía de dinero que circula por nuestra vida nos enriquece a nosotros y enriquece a los demás, lo que entra está bien compensado con lo que sale, todo se mueve y retorna en una dinámica que genera beneficio y desarrollo, colectivo e individual.
Por último, existe otra fuerte creencia, un tópico, intensamente instalado en la mente colectiva de la humanidad: “el dinero da la felicidad” o bien su reverso “el dinero no da la felicidad”. Desde un punto de vista espiritual, efectivamente, el dinero no da ni quita la felicidad. Ninguna “cosa”, ninguna “circunstancia”, puede conferir o arrebatar mi estado natural de felicidad (la misma naturaleza de mi identidad más esencial).
El dinero no da la felicidad, pero relaja el sistema nervioso. Claro, en este plano material, donde las necesidades básicas de un ser humano están supeditadas al dinero, el no tener satisfechas estas necesidades primarias puede resultar una gran dificultad para el desarrollo personal y espiritual; mientras el foco y la atención esté fijado en un nivel de supervivencia, será difícil que esta atención se desplace naturalmente hacia otros niveles de desarrollo; esta es la trampa de un sistema basado en la explotación de la consciencia y la energía humana, ciertamente, pero pensar que no hay salida de la trampa, también forma parte de la trampa. En última instancia, la “última palabra” se encuentra en la consciencia, en asumir deliberadamente mi naturaleza creativa y la responsabilidad de mi existencia.
Un nuevo paradigma para el dinero
El dinero, símbolo de vida, necesita ser aceptado como es, reconocido, querido, respetado. También necesita ser destinado a la vida. Necesita ser recibido para ser dado de nuevo a cambio de otro servicio que mejora nuestra vida.
Necesitamos devolver al dinero su inocencia original, necesitamos ponerle en su lugar, el propósito para el cual fue creado: fluir para facilitar el intercambio justo y equilibrado.
Efectivamente, antes de un paradigma sin dinero, parece necesario -al menos- un paradigma de transición; un paradigma que integre dinero y consciencia, dinero y amor.
Dinero, consciencia y amor… ¿Habría acaso otra posible solución?
El nuevo paradigma nos permite relacionarnos con la energía del dinero más allá de nuestras programaciones y viejas creencias, es decir, en su mismo potencial de generar recursos creativos, abundancia, prosperidad y riqueza. Desde aquí, el dinero se utiliza sin culpa, sin miedo, sin ambición, el dinero fluye como una bendición. El dinero solo es un medio de intercambio, un medio para compartir, y un medio para aprender la ley “del dar y el recibir”.
Este paradigma promueve una economía saludable que respeta las leyes naturales, donde el dinero fluye para compensar y propiciar un estado de equilibrio general. Este dinero se mueve dentro de un flujo de consciencia; su propósito es generar desarrollo y abundancia para todos.
La prosperidad y la abundancia no se mide en términos estrictamente cuantitativos, más bien, son estados donde nos sentimos plenos y satisfechos en nuestra relación con la existencia y el mundo en que vivimos. Sentimos como la vida nos cuida y nos provee de lo que necesitamos, en pos del desarrollo dinámico de la vida y de todos los seres humanos.
La abundancia es un movimiento del espíritu, para el que agradece toda su vida como es. La abundancia genera prosperidad, y ésta nos conduce naturalmente hacia la gratitud y la generosidad.
Toni Consuegra
Instructor de Meditación y Terapeuta Transpersonal
Fundador de Ananda Desarrollo Integral
www.anandaintegral.com
Muy buen aporte y muy buen momento.
¡Gracias!